miércoles, 26 de agosto de 2020

EL DOLOR EN TIEMPOS DEL COVID


  Anoche estuve de guardia. Murió una chica de 16 años por covid-19. Tuve que calmar a la madre que luego  de gritar y llorar se me desplomó en los brazos, diciendo que le habían arrancado el corazón. Al volver en si, le di un vaso de agua y la arrimé a un sillón envuelta en llanto, la abrace de nuevo y no me importo el protocolo ni el corona virus ni el contagio, la apreté muy fuerte, sintió mi apoyo y solidaridad, no deje que se desvaneciera en su dolor y sufrimiento asolas. La señora me rogó que la llevará a ver a su hija y cedí a su deseo sin importar el protocolo. Mientras el padre gritaba a todo pulmón: -- ¡Ya no me importa nada, ya estoy muerto. Mi hija ha muerto! Había mucha agitación en los corredores, gente tratando que la atendieran y otras esperando. Cuando lleve al padre al salón de cuidados intensivos el señor con una mirada al cielo me decía: -- Dios se ha quedado sordo a nuestro dolor. Quizás nuestros gritos lo han dejado así. 
Yo sólo lo miraba con tristeza y comprensión. Vi que se quedo unos minutos callado, viendo el cadáver de su hija a dos metros de distancia. Esto me hizo recordar las palabras de William Shakespeare: - "Dar palabras de tristezas, el dolor que no habla teje el corazón forjado y que se rompa" 
Que sabe Dios en que lugar estas personas terminarán de romperse el corazón. - Me dije.  Cuando ya habían pasado unos minutos más  dije que ya era hora de irnos y que pasáramos por el cuarto de desinfección.  
Luego solo me quedo despedirme de ellos, diciendo que su hija iba hacer incinerada y que no iban a poder verlas más. Ellos sólo voltearon su rostro con una mirada que nunca en la vida había visto y siguieron su camino como diciéndome que la vida tiene que continuar. Me dolió.    
Tuve 5 minutos de descanso y me dirigí a sala intensiva de nuevo, cuando llegue me esperaba una señora recibiendo oxigeno Ella gritaba, diciendo que quería irse ver a sus hijos y familiares ya que tenía días de no verlos. Yo muy conmocionada le dije:
-- Señora yo también tengo tres meses de no ver a mis hijos y aunque quisiera no puedo, así que tenga paciencia por favor y resignación.  La señora solo me volvió a ver y se calló, luego pensé y me pregunte. ¿Quién en esa situación está en capacidad de comprender y tener paciencia? -- En mis adentro me dije  --nadie. 
Cuando llego la noche había un silencio y un clima de desolación. Nunca me había sentido tan sola y lejos de mis seres queridos. Me tome un café y sentí como una mosca zumbaba muy cerca de mis oídos hasta que la mate. Eso hizo que me olvidará sólo por instante de aquel ambiente. Luego me llegó la hora de salida, después  de varios meses de trabajo, cuando llegue a mi apartamento y estuve de nuevo sola, oí unos gritos afuera, me asome por la ventana y vi como se  llevaban a unos cuantos ancianos del geriátrico frente a mi apartamento. Algunos familiares desesperados gritaban por ver irse a sus seres queridos. Sin saber si alguna vez se volverían a ver. Vi como sus ojos cambiaron y se volvieron mas brillantes.  Me conmoví tanto que me quede con la imagen de sus ojos perdidos en la nada.   
 A la mañana siguiente tuve que volver al hospital de urgencia. Habían varios compañeros llorando por la muerte de otro compañero.  Había muerto por covid. Uno de ellos se me acerco y me dijo: -- Acá sólo dolor y sufrimientos tenemos. 
-- Si, le dije, -- esto es lo único que tenemos. luego me fui caminando sobre los pasillos.
Fue ahí cuando una compañera me llamó de urgencia a la recepción. Era una llamada de  mi hermana Gris, diciendo, que mi hermana mayor había muerto de covid hace una hora. Mi hermana lloraba y casi no podía hablar entre resuellos decía: -- le pusieron una manta que decía, muerte por covid. --Tranquila voy para allá le dije. 

Me movilicé rápido, pedí permiso y llegué al encuentro con el resto de la familia. Todos lloraban y se abrazaban. Yo muy callada solo recordé las últimas palabras que habían dicho de mi hermana antes de ser entubada: --- Que se haga la voluntad  de Dios. --dijo, Pero la voluntad de Dios fue que mi hermana muriera de covid. Lloré, di la vuelta abrace a mis sobrinos y hermanas y sobre todo a mi madre que lloraba y gritaba desconsolada a todo pulmón, mientras un hermano mio le decía que se callará. Ella muy enojada,  contestó indignada: -- ¿Qué acaso es un perro quien se murió? No, no me digas nada mejor. Mi hermano se calló y dio la vuelta. Yo solo lo observe y opté por no decirle nada por la situación en que estábamos. Ese mismo día mi hermana fue cremada. Enterraron sus cenizas en el cementerio La Piedad. Yo le llamaría la piedad de los muertos olvidados, por que siempre hay flores artificiales en ese cementerio.  

El día después me llamaron al hospital muy temprano. Había una paciente que no quería entubarse. Quería la vacuna. Era una joven de 24 años, le dije que ya era tarde para eso y que la vacuna sólo sirve antes del contagio de la enfermedad. Siguió rogándome y llorando pero terminé entubándola hasta quedarse dormida, cansada me fui a a tomarme un café. Esto se repitió muchas veces. 
  
Habían pasado ya muchos meses y la pandenmia al fin empezó a bajar sus muertos y contagiados  
La muerte de mi hermana Zairda ya casi se había olvidado. La vida continuo su curso. Había llegado el tiempo de la nueva normalidad. Sabía que había llegado a las puertas del infierno y regresado. Vi a los que no pudieron sanarse y murieron.
 Un día ya de tantos después de unas vacaciones, cuando me dirigía a mi trabajo, me tope con un colega y con voz ronca y grave me dijo: -Hola Anita sabes, todo pasa y hasta el dolor también pasa.
-- Si le dije -- pero nada tiene sentido. Pasas toda tu vida trabajando y de pronto llega un enemigo invisible y te mata.
-- también el enemigo pasa. -- Dijo 
--- si le volví a decir: -- pasa pasando la factura de tu vida y la paga es muy alta.
-- Ah mira dijo --No tenía en cuenta ese detalle, tienes razón y dio la vuelta para continuar en su trabajo.  
Yo como siempre me quede viendo el paisaje 
de mi vida, atendiendo a mis pacientes, con un sentimiento de mayor humanidad.      

 
                                   










martes, 4 de agosto de 2020

LA MUERTE DE JACINTO



Cuando Jacinto se levanto de su cama, sintió un dolor muy fuerte que le apretaba el corazón, como si se hubiese quedado dormido por mucho tiempo. Asustado se volteo hacia su hombro izquierdo, preguntándole a la muerte si se lo iba a llevar. Pero la muerte no le contesto. Al pasar el tiempo Jacinto mejoró y se olvido de aquel percance.
Jacinto era un hacendado de buenos negocios y de mucho dinero y siempre que se sentía enfermo le preguntaba a la muerte por su situación de salud, esta nunca le contestaba.  
Tomaba esto como una respuesta que decía: -- ¡Aún no te he tocado!
Desde ese día Jacinto quedo marcado por el destino, pensó tanto en su muerte que decidió desde ese momento arreglar todos sus bienes materiales, la funeraria, el sepelio. Habló con el cura para la confesión y así alistarse un lugar en el cielo. Se compró un seguro de vida y arreglo la herencia de su propiedades a sus hijos. hizo todo hasta olvidarse de aquel asunto, dándole un gran alivio. 
Los días pasaron y Jacinto siguió con su vida multiplicando sus riquezas y bienes. Sus tres hijos se casaron sin asistir nunca a la bodas de cada uno, cuando se enfermaron tampoco asistió a verlos. 
Un día su esposa lo invito a pasearse por el jardín de la hacienda para ver juntos un bello atardecer, donde flores, árboles y aves revestían de alegría aquel lugar. Pero Jacinto con un tono muy frío e indiferente --dijo que no tenía tiempo para esas cosas. Su esposa viendo la insensibilidad de su esposo, entristeció y calló. 
Los días siguieron pasando, llegó el día de su cumpleaños. Todos estaban presente, hijos, esposa y nietos para darle un abrazo o un beso de felicidad. Pero Jacinto no llegó. Se quedo vendiendo una buena cantidad de ganado a otro hacendando. Paso el tiempo y todo se olvidaron de ese momento. 
Fue en una tarde de invierno cuando Jacinto se asomó por la ventana y dijo: -- ¡Qué invierno más feo! No lo deja trabajar a uno. Al otro día hizo calor y dijo: -- ¡Qué sol más horrible!
Un hecho que pasó sin mayor atención. Mientras su esposa disfrutaba del invierno y el verano, Jacinto seguía con sus repeticiones cotidianas y aburridas.
Pero esto no era todo. Jacinto aveces escuchaba que hablaban muy mal de él, se decía que era un Mezquino y mal patrón y eso no le gustaba. Tanto se enojaba que terminaba echando a más de un empleado de la hacienda. De esta manera  defendía su propia imagen a capa y espada.
Todos los fines de semana su esposa lo invitaba a una caminata para disfrutar de las tardes, pero él siempre posponía su invitación argumentando estar siempre ocupado.  --Mañana, otro día decía con cara de obstinado.  
Con los años Jacinto se había hecho más duro y más frío, a pesar de  aquel encuentro cercano con la muerte y otros más. Se había olvidado. De pronto un día Jacinto sintió de nuevo un dolor fuerte en el pecho. Parecía morirse. Esta vez mucho más fuerte. 
-- Hasta aquí me la prestaron --dijo Jacinto. Hospitalizado  preguntó de nuevo a la muerte por su destino, voltio hacia su hombro izquierdo  gritando: -- ¿Si me vas a llevar dime. Por que ya tengo todo arreglado? Ya he cumplido con la vida.  
Esta vez la muerte si le contesto: --- Veo que has arreglado todo y que no se ta olvidado nada. Has puesto en orden tus cosas materiales, pero tu vida sigue siendo un desastre. Te sientes importante. Has vivido como un inmortal y por que te has sentido como un inmortal, te has permitido postergar para un mañana inexistente, las decisiones y acciones que solo hoy podría ejecutar.
Has reprimido tu afecto negándote a expresarlo, olvidando que el único tiempo para tocar, acariciar y encontrarse es hoy y que en cualquier caso sería muy breve.
Nunca has apreciado la belleza de este mundo, has aprendido a verlo todo feo, nunca has visto la belleza de una flor.
Te la has pasado haciendo dinero, defendiendo tu imagen a capa y espada, abandonándote a sentimientos de odio, rencor, ofensa y mezquindad.
 Te has preocupado por pequeñeces hasta el punto de la depresión y la angustia.
Te has quejado por todo y te has pasado acumulando riquezas. Has sido impaciente hasta sentirte derrotado. Por lo tanto tu vida es y a sido siempre un desastre. Te dí el tiempo necesario y las señales para que puedas ver y cambiar tu vida. Tu orgullo y pedantería lo arruino todo. -- Te doy sólo hoy para que arregle tu vida le dijo la muerte. En verdad nunca hubo ni hay tiempo. Acá no sirven los lamentos ni las dudas. solo las decisiones. Como cazadora de almas no tengo prioridad para nadie. 
Jacinto se quedo pasmado pensando seriamente en su vida por primera vez y creyendo que la muerte lo iba a perdonar. Mando a llamar a toda su familia, hijos esposa y demás parientes.
Cuando llegaron todo a su lecho de muerte, todos hablaron con su padre. Él se disculpó con todos y les dijo que los quería mucho y que si salía de su situación grave, iba ser muy diferente con todos.  Todos mostraron un poco de afecto hacia él, nadie lloró, otros se fueron muy callados pensando en la herencia que les tocaba a cada uno. Su  esposa fue la última en salir de aquel lugar donde yacía moribundo Jacinto Ella con voz muy tenue y triste se  despidió de él con un beso en la frente  -dijo: -- Adiós esposo mío. 
Jacinto sólo la vio alejarse con ojos casi cerrados, hasta perderse. Mientras Jacinto le volvía a preguntar a la muerte: ¿Y ahora qué?   
-- Ahora que de qué?.  --Ya estás muerto hace mucho, sólo que hace mucho no lo sabías. Perdiste el alma cuando te obsesionaste por todos tus bienes materiales y riquezas. -- Ahora mira por la ventana de la vida, Tus tres hijos ya se olvidaron de ti, pues ya no registran recuerdo o que fuiste su padre. Administran el negocio y las riquezas que dejaste, siguiendo el mismo camino.
Tu esposa se volvió a casar y regaló todas tus pertenencias a esos pobres que vos con tanta indiferencia despreciaste. Ahora mira tu tumba,  nunca nadie va a visitarte al cementerio ni el día de los muertos ni el día del padre ni el día de tu cumpleaños ni navidad. No hay peor sentir que la soledad de una tumba en el olvido ni peor decepción que creerse vivo sin a verlo estado nunca dijo la muerte.
 La muerte calló y Jacinto solo cerro los ojos, tragado por la oscuridad de una noche sin tiempo.                    

    
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